Maig 2017
La sobredosis de corrupción de estos últimos tiempos nos obliga a plantearnos si un partido que tiene un alto número de dirigentes inmersos en diferentes fases de un proceso judicial está en condiciones de gobernar un país. Pero no solo ellos, también los que han sido expuestos a escándalos de corrupción política y poseen una cuota de participación en los asuntos públicos. La tristeza, desolación y decepción que dicen sentir los portavoces de los partidos ante los medios de comunicación oculta una profunda hipocresía. La corrupción no es una cuestión individual, aunque así se presente ante la ciudadanía. El entramado siempre es colectivo y se halla enraizado en la organización. La resistencia que muestran algunos partidos a debatir y votar las medidas que se exigen desde diferentes niveles de la sociedad, como la espolitización de los órganos judiciales, la reducción y las características del aforamiento, la inhabilitación para actividades públicas, las puertas giratorias, la transparencia de las formaciones políticas, etc, provoca, pese a la existencia de leyes de transparencia y buen gobierno, códigos éticos u otros instrumentos, una gran indignación ciudadana. El daño que está produciendo la corrupción en nuestras instituciones debe ser reparado, todos los que nos dedicamos al ejercicio de administrar desde las instituciones públicas debemos hacerlo con tolerancia cero a la corrupción.
Rafael Duarte Molina
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